¿La Vida y los Huesos se Unen?
Adara era una niña risueña y alegre que siendo muy pequeña fue adoptada por Damián, un hombre de 33 años, mejorando la vida de la chica, ya que le dio un hogar y una familia.
Cuando Adara empezó a tener uso de razón comenzó a hacer preguntas sobre su madre, pero su padre al no poder responderlas le dijo que había muerto. Al cumplir los 18 años, a Adara solo le preocupaba una cosa y era que ¡NO CAMBIABA! Estaba igual desde los 14 años, no envejecía ni crecía. En medio de este problema a su padre le salió una oferta que podría ser la clave de todo.
Dejó pasar una semana ya que Adara estaba muy disgustada consigo misma, porque veía a mucha gente, sobre todo a sus amigas crecer y madurar, es decir, todo lo bonito de la vida, mientras que ella parecía haberse quedado en un limbo infinito que no terminaba nunca.
Su padre, al ver que no salía de su habitación, entró, la miró y le dijo una frase que nunca se le olvidaría: “ No te preocupes, la vida pasa, las personas envejecen y los seres que queremos mueren sin poder evitarlo, así que no pierdas el tiempo despreciándote u odiándote, vive la vida como si al día siguiente ya no pertenecieras a ella.”
En ese momento supo lo que quería hacer, lo que siempre le había gustado. Por un momento se sintió una niña otra vez, la misma niña que acompañaba a su padre al trabajo a desenterrar huesos.
Le pidió y suplicó a su padre que la llevara con él a la excavación, ya que quería aprender del oficio del que iba o pretendía vivir.
Su sueño siempre había sido ser una gran arqueóloga que ayudaría al mundo gracias a sus descubrimientos, así que se fueron a Luxor, la capital de los descubrimientos más antiguos de la era egipcia.
En cuanto pisó el suelo de aquel maravilloso lugar, tuvo una visión. En ella podía ver unas letras de lo que parecía una organización arqueológica, las letras que vio en aquel espejismo fueron: “VHU”. Pensó que había sido culpa del calor o de la deshidratación, así que no le dio importancia y decidió no contárselo a su padre.
Al llegar al terreno donde se iba a producir la excavación, Adara tuvo un presentimiento y decidió decirle a su padre que cambiara el sitio de la excavación, al lugar donde se encontraba una pirámide gigante, ya que había sentido una especie de atracción magnética hasta allí.
Los participantes del equipo de su padre se rieron de ella, ya que al parecer, ¿qué podría saber una niña de 18 años sobre un trabajo tan difícil como es la arqueología?
¿Sabéis qué? Se habían equivocado: nada más empezar a excavar en el sitio que dijo Adara encontraron lo que sería el resto arqueológico más importante de todos los tiempos, la Tumba de Tutankamón, un faraón egipcio del final de la dinastía XVIII. Nada más sacarlo del subsuelo, Adara se abalanzó sobre el ataúd y lo abrió: habían descubierto la primera tumba que data de un período tan antiguo casi intacta.
Desde ese día, Adara empezó a interesarse por la vida del faraón. Al estar un buen rato investigando descubrió que se había casado con otra faraona llamada Anjesenamón, lo cual le pareció curioso ya que, al igual que su madre, la faraona también había desaparecido misteriosamente.
Al no tener respuestas, decidió preguntarle a su padre, pero él no supo responder. Entonces, se acordó de su visión, sí, de aquel espejismo tan raro que surgió en medio de la excavación y decidió investigar sobre el significado de aquellas letras. Cuando encontró el significado no se lo creía: aquello significaba Vida, Huesos y Unión.
A la mañana siguiente decidió ir a echar un vistazo al edificio de aquella organización, para ver si podía encontrar los huesos de Anjesenamón y analizarlos para ver si coincidían con los de su ADN.
Gracias a las enseñanzas de su padre pudo encontrar los huesos, los metió en una máquina llamada True Allele que analizaba materiales antiguos. El resultado tardó un poco pero al final salió, no fue una decepción lo que halló sino una sorpresa inesperada.
Ella, Adara, era la hija de Anjesenamón y Tutankamón, es decir, que ella era la legítima heredera de la corona egipcia. Pero no todo era tan bonito como parecía. En su interior se hallaba una maldición terrible, ya que para crearla se tuvieron que juntar dos sangres pertenecientes a la realeza, por lo que ella era ahora un ser inmortal condenada a ver morir a toda la gente que quería.
El trabajo que le había dado esperanza también sería el que se la quitaría.
Cuando Adara empezó a tener uso de razón comenzó a hacer preguntas sobre su madre, pero su padre al no poder responderlas le dijo que había muerto. Al cumplir los 18 años, a Adara solo le preocupaba una cosa y era que ¡NO CAMBIABA! Estaba igual desde los 14 años, no envejecía ni crecía. En medio de este problema a su padre le salió una oferta que podría ser la clave de todo.
Dejó pasar una semana ya que Adara estaba muy disgustada consigo misma, porque veía a mucha gente, sobre todo a sus amigas crecer y madurar, es decir, todo lo bonito de la vida, mientras que ella parecía haberse quedado en un limbo infinito que no terminaba nunca.
Su padre, al ver que no salía de su habitación, entró, la miró y le dijo una frase que nunca se le olvidaría: “ No te preocupes, la vida pasa, las personas envejecen y los seres que queremos mueren sin poder evitarlo, así que no pierdas el tiempo despreciándote u odiándote, vive la vida como si al día siguiente ya no pertenecieras a ella.”
En ese momento supo lo que quería hacer, lo que siempre le había gustado. Por un momento se sintió una niña otra vez, la misma niña que acompañaba a su padre al trabajo a desenterrar huesos.
Le pidió y suplicó a su padre que la llevara con él a la excavación, ya que quería aprender del oficio del que iba o pretendía vivir.
Su sueño siempre había sido ser una gran arqueóloga que ayudaría al mundo gracias a sus descubrimientos, así que se fueron a Luxor, la capital de los descubrimientos más antiguos de la era egipcia.
En cuanto pisó el suelo de aquel maravilloso lugar, tuvo una visión. En ella podía ver unas letras de lo que parecía una organización arqueológica, las letras que vio en aquel espejismo fueron: “VHU”. Pensó que había sido culpa del calor o de la deshidratación, así que no le dio importancia y decidió no contárselo a su padre.
Al llegar al terreno donde se iba a producir la excavación, Adara tuvo un presentimiento y decidió decirle a su padre que cambiara el sitio de la excavación, al lugar donde se encontraba una pirámide gigante, ya que había sentido una especie de atracción magnética hasta allí.
Los participantes del equipo de su padre se rieron de ella, ya que al parecer, ¿qué podría saber una niña de 18 años sobre un trabajo tan difícil como es la arqueología?
¿Sabéis qué? Se habían equivocado: nada más empezar a excavar en el sitio que dijo Adara encontraron lo que sería el resto arqueológico más importante de todos los tiempos, la Tumba de Tutankamón, un faraón egipcio del final de la dinastía XVIII. Nada más sacarlo del subsuelo, Adara se abalanzó sobre el ataúd y lo abrió: habían descubierto la primera tumba que data de un período tan antiguo casi intacta.
Desde ese día, Adara empezó a interesarse por la vida del faraón. Al estar un buen rato investigando descubrió que se había casado con otra faraona llamada Anjesenamón, lo cual le pareció curioso ya que, al igual que su madre, la faraona también había desaparecido misteriosamente.
Al no tener respuestas, decidió preguntarle a su padre, pero él no supo responder. Entonces, se acordó de su visión, sí, de aquel espejismo tan raro que surgió en medio de la excavación y decidió investigar sobre el significado de aquellas letras. Cuando encontró el significado no se lo creía: aquello significaba Vida, Huesos y Unión.
A la mañana siguiente decidió ir a echar un vistazo al edificio de aquella organización, para ver si podía encontrar los huesos de Anjesenamón y analizarlos para ver si coincidían con los de su ADN.
Gracias a las enseñanzas de su padre pudo encontrar los huesos, los metió en una máquina llamada True Allele que analizaba materiales antiguos. El resultado tardó un poco pero al final salió, no fue una decepción lo que halló sino una sorpresa inesperada.
Ella, Adara, era la hija de Anjesenamón y Tutankamón, es decir, que ella era la legítima heredera de la corona egipcia. Pero no todo era tan bonito como parecía. En su interior se hallaba una maldición terrible, ya que para crearla se tuvieron que juntar dos sangres pertenecientes a la realeza, por lo que ella era ahora un ser inmortal condenada a ver morir a toda la gente que quería.
El trabajo que le había dado esperanza también sería el que se la quitaría.
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