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Las preguntas vuelan como las golondrinas

Marzo ha llegado sin avisar, pero este año todavía no han aparecido las golondrinas en mi casa. Su nido de barro sigue ahí, intacto e impasible al paso de las semanas. Ellas me recuerdan cada año que el día de San José se acerca, pero este año no están y el vértigo se apodera de mi calma. Quiero a estos pájaros sencillos y bellos en mi casa. Quiero escuchar su canto y observar su bajo vuelo provocativo. No lo puedo evitar y me pregunto muchas veces la razón por la que no están. ¿Dónde estarán? Quizás el cambio climático está dedicando a estas aves sus horrores. Dicen que cada año se observa una disminución de su presencia en España y que desequilibra nuestras tierras, variando el número de insectos e impactando en nuestras almas. Quizás las bajas temperaturas de las últimas semanas, y este invierno que llegó tarde, no están ayudando a que se acerquen a mi casa, pero ansío que regresen y equilibren el ecosistema de mis mañanas. ¿Algún día regresarán?

Y me dirijo al laboratorio como cada día. Dedico mis primeros minutos de la jornada laboral a revisar mi cuaderno y recordar todo lo que ayer planeé para mañana. Después de mezclar cuidadosamente el ácido desoxirribonucleico (ADN) con la fórmula mágica de la Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR), acuesto mi combinación en un termociclador y mis sueños se magnifican y se potencian. La Taq polimerasa ha trabajado como solamente una enzima trabaja. A continuación, cargo mi valioso tesoro en un gel de agarosa, para que esos sueños se despierten, se separen y pueda distinguir la esencia de mi investigación mediante la electroforesis. No me olvido del marcador de peso molecular, mi fiel partenaire, el que ayuda a distinguir el tamaño y magnitud de mis sueños.

Y llega el momento clave en el que todo pasa a un segundo plano. Estoy solo frente a mi gel. La luz ultravioleta penetra sus sueños, que ojalá coincidan con los míos. Y es esa luz la que me permite visualizarlos y que aparezcan en la pantalla, y empiezo a intuir si hoy todo ha salido bien.

«Hay banda», pienso en voz alta. «Pero no hay una inserción en este gen», me repito con resignación al determinar el tamaño de mi banda gracias al marcador de peso molecular. Parece ser que nuestra hipótesis no se cumple, que ese gen que prometía ser el responsable del fenotipo no tiene una pequeña inserción como creíamos. Los transposones, traviesos, siempre saltando por los genomas e impactando en los genes, esta vez se durmieron y no quisieron caer en mi gen candidato. No voy a culparlos. Se encargan de tantas cosas, que hoy han decidido rebelarse ante la ciencia y ante mí. Lo entiendo y empatizo. Y no importa, lo anoto y lo registro, mientras me repito constantemente para reconfortar mis ganas: «Los resultados negativos son resultados y ayudan a avanzar en la investigación».

Y sigo dentro del bucle de analizar el resultado de mi gel. Quizás no hay una inserción, pero sí otra mutación. Quizás se trate de un humilde polimorfismo de nucleótido único (SNP), el que alborota a mi gen candidato y cambia su comportamiento en el mundo. Lo reflexionaré un poco más y lo discutiré con mi director de tesis. En realidad, si el culpable de todo fuese un SNP, tampoco estaría tan mal. Sería una sorpresa y avivaría la llama de la pasión.

Y el día sigue como cada día, pero nunca es igual. Cada día es la continuación del ayer. Pero siempre cambia. Una contradicción, pero coherente. Una burbuja de luz, de ilusión, de saber, y que a mí me engancha. Las preguntas vuelan como las golondrinas, y si tienen sentido, con rigor se atrapan. Y así acaba el día y vuelvo a casa.

Mientras regreso a casa, un negacionista de la radio dice que las vacunas están sobrevaloradas. Y deseo con todas mis ganas, que quién esté ahí mismo, le responda con el arma de quién progresa y avanza. La evidencia científica se prueba y no se estanca. Y en un suspiro, ya estoy en casa. Y en mi calle, las golondrinas ya están de vuelta y me saludan con sus alas al alza. Quizás las invoqué esta mañana o quizás ya les tocaba migrar porque su vida, como la ciencia, no se para. Y en mi cabeza aparecen nuevas preguntas. ¿Cuándo partirán? Cada año su migrado vuelo espera más semanas debido al cambio climático, tal vez, porque las temperaturas se inmutan en el calor y no bajan. Y me duele que sea así, ya que las golondrinas enraízan mi alma. Me traen recuerdos de infancia, cuando aparecían por San José, y cuando al cabo de los meses, y los días se hacían más cortos, marchaban.
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