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Mente rota

¿Por qué no hablar del silencio? ¿Es acaso la ausencia de melodía o la melodía de ausencia? La pregunta puede parecer bastante confusa, pero os aseguro que he llegado a escucharlo. Perdonad, se me había olvidado presentarme, soy cerebro, aunque todo el mundo me conoce como Daniel. Tengo bastantes años y, desgraciadamente, llevo casi una década jubilado. Reconozco que, al principio, me resultó difícil aceptarlo pues soy un órgano muy activo y me cuesta estarme quieto. No obstante, desde entonces, he intentado buscar algo con lo que mantenerme ocupado, así que decidí retomar uno de mis pasatiempos favoritos; recordar. Puede parecer algo muy simple, pero para mí era como volver a vivir aquellos momentos pasados que fueron presentes en algún instante. Los guardo con verdadero cariño y soy plenamente consciente de que ninguno de ellos hubiera sido posible sin mi más preciada red de células estrelladas; las neuronas.

Son un pilar fundamental en mi vida tanto estructural como funcionalmente y gracias a ellas me he convertido en el órgano que soy. Pasan horas y horas hablando entre sí hasta el punto en que ¡no me dejan dormir! Además, me mantienen bien informado de todo lo que ocurre a mi alrededor, ya que soy bastante tímido. No obstante, no son las únicas que me acompañan, sino que cuento con el apoyo de otras células; las células gliales. La microglía es la guardia personal que me protege frente a la entrada de cualquier intruso, los astrocitos, entre otras de sus variadas funciones, extienden sus estrelladas prolongaciones para servir de soporte, o los oligodendrocitos, que arropan los axones de las neuronas haciéndolas mucho más rápidas en su trabajo. En definitiva, vivo bajo una agradable armonía donde cada uno cumple con su tarea, aunque, desgraciadamente, los equilibrios están para romperse y todo puede cambiar en tan solo un instante.

Tiempo atrás había recibido la visita de unos desconocidos en mi óseo santuario y, a pesar de ser el órgano integrador por excelencia, su presencia no me trajo buena espina. No parecían células nerviosas pues su forma se percibía bastante difusa en comparación al delgado físico que mis células habían conseguido años de trabajo. Además, eran bastante maleducados porque interrumpían las químicas conversaciones que mantenían las neuronas. Me sentía confuso, desorientado y sin saber muy bien qué hacer, puesto que recibir visitas no era algo corriente. Pensé que, probablemente, se trataría de una desafortunada y pasajera anécdota, pero estaba totalmente equivocado. Aquellos visitantes comenzaron a extenderse lentamente consiguiendo que las neuronas de su alrededor no volvieran a hablarse nunca. Y no sólo eso, sino que su estrellado esqueleto comenzó a desorganizarse mientras se rompía en mil pedazos. Impotente dentro de este caos, decidí poner en marcha a mi defensa personal para establecer el orden. No obstante, la realidad fue que se sublevaron y se volvieron reactivas haciendo que el enemigo tuviera, en esta ocasión, mi nombre y apellido. Desesperadamente, intenté averiguar qué había podido originar todo esto, aunque lo cierto es que ya era demasiado tarde. Mi alrededor se había vuelto un mar de figuras desconocidas e inacabadas y era incapaz de articular palabra alguna, mandar órdenes o incluso, de reconocer a mis otras mentes más queridas. El ruido interno había conseguido romper una mente que desde fuera no volvería a hablar. Ese ruido tenía nombre y se llamaba Alzheimer.

Al final, toda historia tiene su fin. En 2013, dejé mi trabajo como director de la vida, pero comencé a abrir paso a esos recuerdos que, en algún momento, creí haber perdido. Ahora las estrellas que me acompañan protegen el firmamento del mundanal ruido y mientras, me mantengo en el recuerdo de todas esas mentes que soportaron la pesada carga de la enfermedad e intentaron apagar el estruendo con su dulce melodía. Finalmente, el silencio acabó convertido en una melodía de ausencia en una mente rota en mil pedazos.

Por aquellas mentes que algún día se rompieron.

Por aquellas mentes que recuerdan lo que perdieron.

Por aquellas mentes que luchan contra el ruido.

Por aquellas mentes que investigan el olvido.


Por todas ellas, todavía me siento vivo.
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