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Por tus huesos

Llevaba varios días despertándose sobresaltada, con las piernas en tensión y resonando en sus oidos el tronar de caballos al galope.
Nunca había subido a un corcel y, sin embargo, cuando abría los ojos sentía que había podido agarrar sus crines.
Con dificultad se levantó y preparó café, miró por la ventana de la cocina y, otra vez, tampoco hoy, ni una nube. La jornada prometía calor intenso en las excavaciones. Se preparó rápido y, minutos antes de lo previsto, ya estaba Rober esperando abajo para irse con el grupo al yacimiento.
Los montones de arena, las carretillas, las herramientas, la reunión previa y las bromas de los compañeros le hicieron olvidarse de su sueño.
Hasta que, utilizando las brochas para apartar la tierra, fue cayendo en un estado similar al trance. Entonces empezó a oir en su mente el sonido de caballos al galope y lo recordó. Huían de algo, estaban atemorizados, corriendo sin jinetes. Eran muchos trotando y recordó el miedo que sintió en el sueño, de ser aplastada por ellos.
Las voces de los arqueólogos le hicieron volver a la realidad. Había algo, como un hueso, decían. "¡Bingo!". El alboroto sustituyó al silencio y la concentración. Ya nadie miraba al suelo, sino a sus móviles, o abrazaban a los demás. Se procedió a delimitar y a replanificar. Por hoy no se arañaría más el suelo.
A la mañana siguiente, tras la reunión, se reubicaron los equipos y ella volvió hacia el este, buscando más huesos.
Cada día sentía una pena más intensa, que no podía identificar, pues aparentemente todo iba bien. Si seguían apareciendo huesos, habría más subvenciones. Estaban hablando incluso de solicitar una cubierta para proteger el yacimiento y para poder trabajar más horas, con algo de sombra. El optimismo se adueñaba del equipo y ella seguía alimentando una tristeza de raíz desconocida.
Una tarde, al regresar del trabajo, se quedó dormida en el sofá. Todo se llenó de relinchos y bramidos aterrorizados en medio de la oscuridad.
Se despertó sobresaltada y entonces recordó que había captado una conversación de los veterinarios que habían llegado nuevos. Los huesos, sin duda, eran de equinos.
No entendía nada, pero algo estaba pasando. ¿Sería posible establecer una relación entre sus sueños y el yacimiento? Le pareció una locura, el cansancio le estaba jugando malas pasadas.
Pidió unos días libres, volvió a casa, y pensó que todo había terminado, cuando recibió un whatsapp de Rober.
"Hemos encontrado una pareja de caballos, en muy buen estado. Y hay más..."
"Nos quedamos al menos un año y medio más. Esto va a ser grande".
Los meses fueron pasando, poco a poco aparecían más caballos. El yacimiento era un ir y venir de investigadores nuevos.
Palada a palada de tierra se iba desvelando el misterio. Ahora las celebraciones se centraban en la majestuosa escalera que habían encontrado. Resultaba que el edificio tenía dos plantas. ¡Este era un hallazgo mayor que el de los caballos!.
La continuidad de los trabajos estaba garantizada. Seguirían buscando en aquel enorme patio de hace 25 siglos. El ambiente de trabajo se tornaba casi festivo con los descubrimientos.
Mientras, en su interior había penumbra. Un día su tristeza se convirtió en llanto. En la reunión habían expuesto la hipótesis de una hecatombe, un sacrificio ritual de muchos caballos, que yacían ahora acumulados en el patio del edificio de la cultura tartesa. Empezó a llorar y no pudo parar. Se marchó de la reunión y le aconsejaron que se fuera a descansar. "No, no. Ahora no. Tengo que quedarme; se lo debemos a ellos, quiero que su muerte sirva para algo".
No podía dejar de pensar en qué podría haber ocurrido tan grave en aquellos días para que decidieran matar a sus caballos, a más de cincuenta probablemente, y celebrar un ritual de sacrificio.
Intuía que el sufrimiento de los corceles debió ser tremendo, habrían oído a sus compañeros relinchando antes de morir e intentando escapar de aquella locura incomprensible. ¿Para qué?.
Eso es lo que le motivaba a seguir: saber que, si seguían excavando, tendrían nuevas claves para intentar aclarar lo ocurrido.
Los caballos que perecieron allí merecían ser recordados por la eternidad. Merecían que su historia fuese contada.
Algo había pasado muy grave para terminar en una hecatombe. La tierra iría narrando los sucesos de aquella noche terrible.

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