Al final sí que soy de ciencias
¿Cómo pueden salirle a la planta esas raíces del tallo por el que la corté? Bueno, en realidad fue mi madre, que para complacer mi capricho de úlitmo minuto antes de coger el avión de “darle un toque verde a mi salón”, cogió unas tijeras de la cocina y cortó sin darle muchas vueltas esos tallos que ahora yo tenía en un jarrón que compré por Wallapop. Lo hizo mientras decía “¡pero si esto sigue creciendo sin parar! mira, ¡mira todas las ramas que hay!”, como quitándole toda la importancia. Yo sinceramente, no lo entendía. No entendía cómo una planta podía regenerar raíces a partir de un par de tallos mal cortados, como para plantarla en un sitio distinto y que siguiera creciendo y sacando hojas que cayeran por mi estantería KALLAX.
Llevaba semanas preguntándome cómo funcionaba eso. Cada vez que se me cruzaba la mirada por ese rincón del salón, me paraba unos segundos, mirando la planta, me lo preguntaba y me decía “lo tengo que buscar en Google”. Y entonces pestañeaba y cambiaba de plano, de pensamiento, de actividad y de todo. Borrón total. Ni el amago de ir a por el ordenador a buscarlo.
Como era viernes, a las 18.00 clavadas cerré las cosas del curro rápido y resumí en un espaninglish dirigido a mí misma lo que faltaba por hacer en las que dejaba a medias. Ya llegaba tarde. Siempre llego tarde. Soy una de esas personas que tanto se critican en grupo pero a la que tantas veces se le permite sin consecuencias cismáticas el hecho de que lleguen sistemáticamente tarde. Me da mucha rabia serlo. No considero que mi tiempo valga más, ni que no tenga importancia. Simplemente, no puedo evitarlo. Intento llegar a tiempo y pasan cosas, algunas ajenas a mí y otras derivadas de lo que, de haber nacido 20 años más tarde, hubiese sido diagnosticado como TDA. Me duché corriendo, mientras sonaba la lista the This is Karol G en Spotify. Me puse el mono azul y los pendientes de Costilla de Adán dorados. Sabía que esa planta se llamaba así porque un amigo siempre me lo dice cuando los llevo: “llevas los pendientes de las Costillas de Adán esas”. Pedí un Uber cabreada conmigo misma por volver a gastarme pasta en llegar tarde pero poco y 20 minutos después estaba sentada en una terraza con Marta y Helena. O, como dirían en Estirando el Chicle, con M-punto y H-punto.
Después de varias rondas de cerveza, vino y CocaCola Zero, se unió una amiga de H-punto y seguimos hablando, ahora un poco más de quiénes éramos y qué hacíamos, ya que no la conocíamos de nada. Resultó que una de ellas hacía un doctorado en Botánica, concretamente en algo relacionado con la germinación de un tipo de plantas, o algo así entendí. Me parecío fascinante que tuviera tantas anécdotas sobre una displina que para mí, en mi día a día, carecía de importancia. Entonces caí: “¡claro! tú tienes que saber por qué no se me muere la planta y se está regenerando”. Obviamente, flipó. Desarrollé mejor mi situación o, mejor dicho, la de mi planta, y entonces me explicó con el suficiente detalle como para creerla y la suficiente simpleza como para entenderla, todo lo de los esquejes, los nudos, los meristemos, las raíces adventicias, etc. No sé si era por lo ilusionada que hablaba de lo que, a fin de cuentas, era su trabajo, o por lo inteligente y guapa que me parecía, pero volví a casa queriendo ser como ella.
Me metí en Google y busqué “botánica”. Leí en varias entradas que se referían a ella como una ciencia. ¿Era una ciencia? Entonces busqué “tipos de ciencia” y encontré un listado que me hizo un click irreversible en la cabeza: biología, física, química, matemáticas...pero también astronomía, psicología, meteorología, sociología o economía. Todas consideradas ciencias. No “relacionado con”. Todo eso, el estudio de todo eso, era ciencia. Eso significaba que mis pendientes y la planta que cortó para mí mi madre, los imprevistos meteorológicos o el cálculo erróneo de las fracciones de hora que tardo en prepararme y que tantas veces me hacen llegar tarde, que los protocolos sociales de empezar por presentarnos cuando llega alguien nuevo o la rabia que me entraba al ver cómo mis gastos en Uber superaban a lo que destinaba mensualmente a la cuenta de ahorro, todo eso, venía derivado, en última instancia, de la Ciencia. Me entraron unas ganas tremendas de conocer a más gente como aquella chica, que dedicara sus carreras profesionales a explicar cosas que, para los que no estamos metidos en su disciplina, son magia y a veces ni dedicamos los dos minutos que tardaríamos en buscarlo en internet para saber, al menos, por dónde van los tiros.
Llevaba semanas preguntándome cómo funcionaba eso. Cada vez que se me cruzaba la mirada por ese rincón del salón, me paraba unos segundos, mirando la planta, me lo preguntaba y me decía “lo tengo que buscar en Google”. Y entonces pestañeaba y cambiaba de plano, de pensamiento, de actividad y de todo. Borrón total. Ni el amago de ir a por el ordenador a buscarlo.
Como era viernes, a las 18.00 clavadas cerré las cosas del curro rápido y resumí en un espaninglish dirigido a mí misma lo que faltaba por hacer en las que dejaba a medias. Ya llegaba tarde. Siempre llego tarde. Soy una de esas personas que tanto se critican en grupo pero a la que tantas veces se le permite sin consecuencias cismáticas el hecho de que lleguen sistemáticamente tarde. Me da mucha rabia serlo. No considero que mi tiempo valga más, ni que no tenga importancia. Simplemente, no puedo evitarlo. Intento llegar a tiempo y pasan cosas, algunas ajenas a mí y otras derivadas de lo que, de haber nacido 20 años más tarde, hubiese sido diagnosticado como TDA. Me duché corriendo, mientras sonaba la lista the This is Karol G en Spotify. Me puse el mono azul y los pendientes de Costilla de Adán dorados. Sabía que esa planta se llamaba así porque un amigo siempre me lo dice cuando los llevo: “llevas los pendientes de las Costillas de Adán esas”. Pedí un Uber cabreada conmigo misma por volver a gastarme pasta en llegar tarde pero poco y 20 minutos después estaba sentada en una terraza con Marta y Helena. O, como dirían en Estirando el Chicle, con M-punto y H-punto.
Después de varias rondas de cerveza, vino y CocaCola Zero, se unió una amiga de H-punto y seguimos hablando, ahora un poco más de quiénes éramos y qué hacíamos, ya que no la conocíamos de nada. Resultó que una de ellas hacía un doctorado en Botánica, concretamente en algo relacionado con la germinación de un tipo de plantas, o algo así entendí. Me parecío fascinante que tuviera tantas anécdotas sobre una displina que para mí, en mi día a día, carecía de importancia. Entonces caí: “¡claro! tú tienes que saber por qué no se me muere la planta y se está regenerando”. Obviamente, flipó. Desarrollé mejor mi situación o, mejor dicho, la de mi planta, y entonces me explicó con el suficiente detalle como para creerla y la suficiente simpleza como para entenderla, todo lo de los esquejes, los nudos, los meristemos, las raíces adventicias, etc. No sé si era por lo ilusionada que hablaba de lo que, a fin de cuentas, era su trabajo, o por lo inteligente y guapa que me parecía, pero volví a casa queriendo ser como ella.
Me metí en Google y busqué “botánica”. Leí en varias entradas que se referían a ella como una ciencia. ¿Era una ciencia? Entonces busqué “tipos de ciencia” y encontré un listado que me hizo un click irreversible en la cabeza: biología, física, química, matemáticas...pero también astronomía, psicología, meteorología, sociología o economía. Todas consideradas ciencias. No “relacionado con”. Todo eso, el estudio de todo eso, era ciencia. Eso significaba que mis pendientes y la planta que cortó para mí mi madre, los imprevistos meteorológicos o el cálculo erróneo de las fracciones de hora que tardo en prepararme y que tantas veces me hacen llegar tarde, que los protocolos sociales de empezar por presentarnos cuando llega alguien nuevo o la rabia que me entraba al ver cómo mis gastos en Uber superaban a lo que destinaba mensualmente a la cuenta de ahorro, todo eso, venía derivado, en última instancia, de la Ciencia. Me entraron unas ganas tremendas de conocer a más gente como aquella chica, que dedicara sus carreras profesionales a explicar cosas que, para los que no estamos metidos en su disciplina, son magia y a veces ni dedicamos los dos minutos que tardaríamos en buscarlo en internet para saber, al menos, por dónde van los tiros.
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