TEMPUS FUGIT
Aquella fría y lluviosa mañana, cuando Segundo llegó al trabajo, apenas era consciente de lo que le depararía el futuro en tan sólo unos pocos minutos. Como cada mañana, mientras se ponía la bata para comenzar su trabajo en el laboratorio, con gesto automático y rutinario, miró de soslayo el matraz que contenía el experimento que había lanzado el día anterior. "Vaya, parece que hoy tampoco ha funcionado", pensó, mientras se abrochaba el último botón. Alzó la vista y detuvo su mirada en el impasible reloj de pared que tantas veces había sido testigo de todos y cada uno de sus numerosos fracasos. "Las ocho en punto", murmuró mientras abría el cuaderno para tomar nota y dejar constancia una vez más de su experimento fallido. De pronto, tuvo la sensación de que algo se le escapaba. "No puede ser", pensó. Segundo era una persona metódica y sistemática. En sus casi cuarenta años de profesión siempre fichaba a las ocho en punto de la mañana y, exceptuando el día del fallecimiento de su esposa, nunca lo había hecho ni un minuto antes ni un minuto después. Se volvió para mirar de nuevo el reloj y vio que las manecillas seguían inmóviles indicando la misma hora. Una gota de sudor frío recorrió su espalda mientras dirigía sus pasos hacia la vitrina donde el matraz seguía en agitación. Alzó el recipiente hacia sus ojos y observó que su reloj de pulsera también se había detenido...al instante comprendió lo que había ocurrido: la reacción había funcionado. El momento más esperado de toda su carrera había llegado y todos sus anhelos y esfuerzos se encerraban ahora en aquel pequeño matraz que sostenía vacilante entre los dedos. Segundo había conseguido sintetizar... ¡tiempo!
Mientras miraba a través del vidrio, recordó todos aquellos momentos difíciles de su carrera cargados de penurias y amargura. Toda una vida dedicado por entero, en cuerpo y alma, a la investigación, una vida desagradecida que jamás le había regalado otra cosa que no fuesen desvelos y fracasos continuos. Podía decirse que, Segundo, nunca había tenido tiempo para nada, siempre en su laboratorio, leyendo, investigando, trabajando hasta la extenuación... siempre fiel a una idea por la que nadie hubiera apostado. Paradójicamente, las circunstancias habían dado un giro brusco en el devenir de los acontecimientos. Ahora todo el tiempo del mundo estaba en sus manos, podría hacer con él lo que quisiera y todo un abanico de posibilidades se desplegaba ante sus ojos. El presente inmediato hacía que el lejano pasado comenzase a desvanecerse como lágrimas en la lluvia, dando paso a un futuro tan inesperado como prometedor. Sí, pese a todas las adversidades lo había conseguido.
Segundo era la única persona en el mundo capaz de sintetizar tiempo... un escalofrío le recorrió el cuerpo, cerró los ojos y por un instante pudo imaginar a muchos de sus detractores (que tiempo atrás, no hacían otra cosa que desprestigiar y echar por tierra sus ideas y trabajos) aplaudiendo y vitoreando su nombre, mientras él subía a la tarima y recogía de manos del monarca el galardón anhelado. Casi podía sentir como los copos de nieve tejían un tapiz de terciopelo sobre aquella ciudad del norte, en una mañana fría y gris de diciembre...
Segundo era consciente de que hasta entonces aún quedaba mucho trabajo por hacer. Muchas horas de laboratorio serían necesarias antes de que sus resultados estuviesen listos para ser dados a conocer de manera oficial ante la comunidad científica. Tras la neutralización del crudo de reacción, el tiempo obtenido debería ser extraído, filtrado y purificado mediante técnicas cromatográficas apropiadas. Así, los tiempos de retención de las fracciones analizadas, serían un buen indicador de la calidad del tiempo total obtenido.
Pero todo aquello podía esperar. Segundo sólo quería irse a casa, y asimilar todo lo que había ocurrido en la intimidad del hogar, al calor de la chimenea, mientras su gato ronroneaba en su regazo ajeno a todo lo que acontecía. Tras cerrar el laboratorio, salió a la calle y miró al cielo. El tiempo había mejorado, ya no llovía y decidió volver a casa caminando calle abajo. Sin prisa. Ya no era necesaria.
Desafortunadamente, Segundo no se percató de un detalle muy importante: todas las anomalías observadas en los relojes del laboratorio próximos al matraz donde se había hecho la síntesis temporal, eran a causa de pequeñas fugas y pérdidas de tiempo, debidas a un cierre deficiente del mismo. Por todos es conocida la volatilidad del tiempo, así que Segundo debió de haber tomado medidas y sellar bien el matraz antes de irse. Pero no fue así.
A la mañana siguiente, el día amaneció como de costumbre: gris y lluvioso. El viejo reloj del laboratorio marcaba las ocho y un minuto, pero Segundo no había llegado aún...
Su tiempo se había agotado.
Mientras miraba a través del vidrio, recordó todos aquellos momentos difíciles de su carrera cargados de penurias y amargura. Toda una vida dedicado por entero, en cuerpo y alma, a la investigación, una vida desagradecida que jamás le había regalado otra cosa que no fuesen desvelos y fracasos continuos. Podía decirse que, Segundo, nunca había tenido tiempo para nada, siempre en su laboratorio, leyendo, investigando, trabajando hasta la extenuación... siempre fiel a una idea por la que nadie hubiera apostado. Paradójicamente, las circunstancias habían dado un giro brusco en el devenir de los acontecimientos. Ahora todo el tiempo del mundo estaba en sus manos, podría hacer con él lo que quisiera y todo un abanico de posibilidades se desplegaba ante sus ojos. El presente inmediato hacía que el lejano pasado comenzase a desvanecerse como lágrimas en la lluvia, dando paso a un futuro tan inesperado como prometedor. Sí, pese a todas las adversidades lo había conseguido.
Segundo era la única persona en el mundo capaz de sintetizar tiempo... un escalofrío le recorrió el cuerpo, cerró los ojos y por un instante pudo imaginar a muchos de sus detractores (que tiempo atrás, no hacían otra cosa que desprestigiar y echar por tierra sus ideas y trabajos) aplaudiendo y vitoreando su nombre, mientras él subía a la tarima y recogía de manos del monarca el galardón anhelado. Casi podía sentir como los copos de nieve tejían un tapiz de terciopelo sobre aquella ciudad del norte, en una mañana fría y gris de diciembre...
Segundo era consciente de que hasta entonces aún quedaba mucho trabajo por hacer. Muchas horas de laboratorio serían necesarias antes de que sus resultados estuviesen listos para ser dados a conocer de manera oficial ante la comunidad científica. Tras la neutralización del crudo de reacción, el tiempo obtenido debería ser extraído, filtrado y purificado mediante técnicas cromatográficas apropiadas. Así, los tiempos de retención de las fracciones analizadas, serían un buen indicador de la calidad del tiempo total obtenido.
Pero todo aquello podía esperar. Segundo sólo quería irse a casa, y asimilar todo lo que había ocurrido en la intimidad del hogar, al calor de la chimenea, mientras su gato ronroneaba en su regazo ajeno a todo lo que acontecía. Tras cerrar el laboratorio, salió a la calle y miró al cielo. El tiempo había mejorado, ya no llovía y decidió volver a casa caminando calle abajo. Sin prisa. Ya no era necesaria.
Desafortunadamente, Segundo no se percató de un detalle muy importante: todas las anomalías observadas en los relojes del laboratorio próximos al matraz donde se había hecho la síntesis temporal, eran a causa de pequeñas fugas y pérdidas de tiempo, debidas a un cierre deficiente del mismo. Por todos es conocida la volatilidad del tiempo, así que Segundo debió de haber tomado medidas y sellar bien el matraz antes de irse. Pero no fue así.
A la mañana siguiente, el día amaneció como de costumbre: gris y lluvioso. El viejo reloj del laboratorio marcaba las ocho y un minuto, pero Segundo no había llegado aún...
Su tiempo se había agotado.
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