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Volverán las oscuras golondrinas

“Es imposible, mamá”, repetía una y otra vez la pequeña Lucía, mirando atónita hasta donde su vista podía alcanzar. Por más que se pusiese de puntillas y entrecerrase los ojos, no era capaz de imaginar lo que su madre le aseguraba: “Todo esto antes estaba formado por lagunas, y aves de todo tipo bebían de sus aguas”. Pero la mente escéptica de Lucía se negaba a dar su brazo a torcer: ahí solo había desierto. Un gran desierto árido con algún que otro matorral. No había rastro de los “millones” de pájaros que en algún momento pudo haber (si es que su madre no le estaba mintiendo descaradamente): ni flamencos, ni garzas, ni cigüeñas. Tampoco parecía que iba a aparecer por ahí ningún mamífero: ¿Dónde estarían aquellos caballos de los que le hablaban? ¿Dónde vivirían los linces? ¿Se esconderían debajo del terreno cuarteado?

“Claro que no es imposible. Bueno, ahora sí, pero hace años esta era la casa de todos esos seres vivos. ¡Y de muchos más!”. Lucía trató de esforzarse en recordar lo que había aprendido en el colegio, cerró los ojos y casi parecía que podía escuchar el sonido de toda aquella vida, ahora ya desaparecida o escondida, no lo tenía muy claro. “¿Y qué les ocurrió?”, preguntó la pequeña mientras miraba hacia el cielo, por si se le escapa algún ave de paso. La madre de Lucía tardó un rato en responder a la pregunta de su hija, que se quedó flotando en el aire cálido. No tenía muy claro qué decir. “Nadie las protegió. Les quitamos su hábitat, así que como aquí ya no tienen casa, se tienen que ir a otro sitio”. Temía una nueva pregunta, la favorita de su pequeña, que finalmente no hizo falta pronunciar, “¿por qué?”. “Porque ningún ser vivo puede vivir sin agua, y nosotros secamos estas lagunas. No pensamos en las consecuencias y no escuchamos a los expertos que advertían de lo que finalmente ha pasado”.

Por el momento, Lucía era todavía demasiado pequeña para entender todo lo que su madre iba a transmitirle en un futuro. Ella era trabajadora de la Estación Biológica del parque. Sabía perfectamente los motivos por los que la zona estaba así y había heredado una gran cantidad de informes que aumentaban año tras año el porcentaje de pérdida de las lagunas. Sabía también que no solo se debía a la menor cantidad de lluvias. Los campos de golf de los alrededores y el aumento de cultivos ilegales bebieron sin control del agua del acuífero.

En realidad, Lucía ya imaginaba que esa iba a ser la respuesta. Aquellas aves, los grandes y pequeños animales de las marismas no estaban escondidos: simplemente no estaban. Madre e hija subieron al coche, y ya de vuelta a la ciudad, dejaron atrás Doñana. “España vivirá una nueva ola de calor este mes de marzo…”, sonaba de fondo en la radio mientras Lucía pensaba en sus cosas. ¿Cómo podía hacer que las aves volviesen? ¿Cómo volver a llenar el agua de las lagunas? Miró a su madre, que repasaba mentalmente las últimas investigaciones sobre la situación de lo que en su día fue un tesoro natural.

¿Por qué no escucharon? ¿Volverán las oscuras golondrinas, como decía aquel poema que le hicieron aprender de memoria? ¿Volverá siquiera a llover? La enorme nube negra, que se posaba sobre la ciudad y no avecinaba tormenta, les saludaba de nuevo pero la niña no podía dejar de pensar en aquella posible vida que ya no era. No sintió rabia. El recuerdo de ese sentimiento la acompañaría el resto de su vida y la empujaría a trabajar de la mano de sus amigos para recuperar las lagunas, para traer la vida y que volviesen las golondrinas. Y todas las aves. Y todos los animales que tuvieron que huir, desahuciados, de lo que siempre fue su hogar.
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